Se trata de una obra realizada al óleo sobre lienzo pintada por Velázquez en su primera etapa como pintor en Sevilla, antes del 1622, en que va a viajar a Madrid donde posteriormente se instalará. Podemos contemplarla en la Nacional Gallery de Londres.
Compositivamente, respeta el modo tenebrista de cortar a las figuras a ras de rodilla y representarlos muy en primer término. Esta es una de las “recetas” que aprendió en el taller de Pacheco, su maestro sevillano. El foco
de luz que ilumina la escena está muy alto, cayendo dirigida y directamente sobre las figuras, iluminándolas a modo de foco teatral. Por su disposición, recuerda a los cuadros de Ribera, pintor español afincado en Nápoles, que introduce el tenebrismo caravaggiesco en España.
Pero aún en esta etapa temprana de su pintura empezó a romper los moldes de sus maestros, así por ejemplo el fondo de la escena no queda totalmente en penumbra y oscuro, sino que aclara ciertas zonas del mismo con más planos creados por la luz que los tenebristas típicos. También la gama cromática es más variada, ya que aunque observamos ese color mate madera característico de esta primera etapa (directa influencia de Pacheco), predomina el betún y el “rojo tierra de Sevilla”, que utiliza en contraste con los blancos. Poco a poco Velázquez inicia un arte más vivo que los pintores anteriores, observando la realidad y copiando incansablemente los modelos con sus movimientos y expresiones, lo que se refleja también en esta obra. Las manos de la mujer son un prodigioso estudio del natural, en las que muestra la fuerza controlada de su mano izquierda que sujeta el huevo, con las rugosidades de las pieles de la ancianidad, lo mismo que las del niño, fuertes y jóvenes que sujetan el recipiente de cristal y el melón.
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